Al lado de Oporto, cruzando uno delos muchos puentes que cruzan el Duero, se encuentra la población de Vila Nova de Gaia.
Es muy cómodo, porque en lugar de estar en "la gran ciudad" puedes alojarte en un sitio más pequeñito y más acogedor.
Estas características las cumple a la perfección el Hotel Casa Branca.
Situado frente al mar, el hotel no tiene nada de especial.... es incluso un poco antiguo y falto de renovación... pero desde la terraza de la habitación puedes ver la puesta del sol sobre el mar; cosa que para mi merece mucho la pena.
Lo más destacable del hotel, es el restaurante Casa Branca. Recién renovado, está situado al pie del paseo que discurre por la playa.
Como se puede ver en la foto, tiene unos imponentes ventanales y terraza, para el disfrute del mar.
Como hay cosas a las que no puedo resistirme... pués acabé cenando alli, disfrutando de una buena cena y de un mejor vino.
Mientras cenas tranquilamanete, y rodeado de un muy buen servicio, esto es lo que ves cuando miras por la cristalera...
Es un sitio realmente privilegiado. En un emplazamiento maravilloso, el local está recien renovado, decorado con gusto y con una sala muy bien atendida.
La cena estuvo muy bien, recuerdo que tomé un magret de pato con salsa de naranja y risotto de hongos, que estaba delicioso. el Magret rosita, en su punto, con un contrapunto ácido en la salsa de naranja, y meloso en el risotto... uhmmmm.
Para ayudar a "pasar" el pato, elegí un vino blanco de la zona de Évora: Cartuxa 2006.
Un vino color paja muy pálido, con toques verdosos muy brillante... y rico.
En nariz afrutado y fresco, con un toque de jardín que no supe identificar (¿algo verde, algo floral?)
En boca fué un vino que me gustó. Con cuerpo, ligeramente untuoso, un puntito saloso (mineral) y más futa que flores (melocotón y un puntito de piña).
Un vino rico, de los de recordar y repetir y ajustado en precio (14 euros en restaurante, no está nada mal).
Tras acabar la cena estuve un buen rato disfrutando del momento, mientras apuraba la botella, la noche entraba por los ventanales, y el comedor cambiaba de imagen con la tenue luz de las lámparas.
Para acabar, un último vistazo a un sitio que recordar y al que volver y un paseo por la playa.
Es muy cómodo, porque en lugar de estar en "la gran ciudad" puedes alojarte en un sitio más pequeñito y más acogedor.
Estas características las cumple a la perfección el Hotel Casa Branca.
Situado frente al mar, el hotel no tiene nada de especial.... es incluso un poco antiguo y falto de renovación... pero desde la terraza de la habitación puedes ver la puesta del sol sobre el mar; cosa que para mi merece mucho la pena.
Lo más destacable del hotel, es el restaurante Casa Branca. Recién renovado, está situado al pie del paseo que discurre por la playa.
Como se puede ver en la foto, tiene unos imponentes ventanales y terraza, para el disfrute del mar.
Como hay cosas a las que no puedo resistirme... pués acabé cenando alli, disfrutando de una buena cena y de un mejor vino.
Mientras cenas tranquilamanete, y rodeado de un muy buen servicio, esto es lo que ves cuando miras por la cristalera...
Es un sitio realmente privilegiado. En un emplazamiento maravilloso, el local está recien renovado, decorado con gusto y con una sala muy bien atendida.
La cena estuvo muy bien, recuerdo que tomé un magret de pato con salsa de naranja y risotto de hongos, que estaba delicioso. el Magret rosita, en su punto, con un contrapunto ácido en la salsa de naranja, y meloso en el risotto... uhmmmm.
Para ayudar a "pasar" el pato, elegí un vino blanco de la zona de Évora: Cartuxa 2006.
Un vino color paja muy pálido, con toques verdosos muy brillante... y rico.
En nariz afrutado y fresco, con un toque de jardín que no supe identificar (¿algo verde, algo floral?)
En boca fué un vino que me gustó. Con cuerpo, ligeramente untuoso, un puntito saloso (mineral) y más futa que flores (melocotón y un puntito de piña).
Un vino rico, de los de recordar y repetir y ajustado en precio (14 euros en restaurante, no está nada mal).
Tras acabar la cena estuve un buen rato disfrutando del momento, mientras apuraba la botella, la noche entraba por los ventanales, y el comedor cambiaba de imagen con la tenue luz de las lámparas.
Para acabar, un último vistazo a un sitio que recordar y al que volver y un paseo por la playa.
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